A petición de algunos amigos del Seminario transcribimos la carta leída por un seminarista del Mayor, en la Misa del pasado viernes día 20 en el Seminario.
Carta a nuestro difunto rector D. Fernando
Han pasado ya 13 días. Hace casi dos semanas D. Fernando dejaba esta casa para no volver. Han sido días de profundo dolor, de gran sufrimiento y de una incertidumbre que ha desgarrado nuestro corazón. No hemos podido dejar de preguntarnos por qué el Señor ha permitido este desenlace de su vida. No hemos podido dejar de preguntarnos por qué el Señor se ha llevado a uno de sus jóvenes sacerdotes. No entendemos muchas cosas; el misterio, una vez más, nos invade.
Han pasado ya 13 días. Y todavía no acabamos de creer que se nos haya podido ir. Todavía es como que sentimos su presencia entre los muros de la que ha sido su casa estos dos últimos años. Todavía no podemos creer que no esté tocando el órgano en completas, que no esté haciendo algún chascarrillo en el Rosario o que nadie nos predique con esos “tres puntitos” suyos tan característicos.
Han pasado ya poco más de dos años desde que vivimos con él, pero esta etapa ha concluido; ahora toca sacar adelante la obra que él mismo comenzó con sus seminaristas. Nos toca, pues, mirar al futuro, pero no podemos hacerlo sin tener presente la huella que nos ha dejado.
En este tiempo D. Fernando ha sido esa sonrisa, esa alegría contagiosa, esa naturalidad entusiasta tan atrayente. Hablar de D. Fernando significa cenar y compartir con familias, significa aprender de los matrimonios, significa una hora de adoración, significa vivir una JMJ en Polonia o un retiro en Villalba, significa, en fin, que siempre tenía un plan para nosotros, para que nos formásemos como santos sacerdotes. Desde luego que nos quedamos con lo mejor que tenía: con su vida entregada a Dios y a los demás hasta sus últimas fuerzas y se lo agradecemos profundamente.
Hemos experimentado que la marcha de D. Fernando ha sido muy dolorosa porque deja huérfano al Seminario; pero sobre todo porque vivíamos con él, porque era uno más de nuestra familia. Por eso, también queremos dar las gracias a sus padres y a su familia, de quien nos sentimos cercanos al haber podido compartir con él el último tramo de su vida. Son momentos especialmente duros para vosotros y, por ello, pedimos que tengáis la fe y esperanza necesarias para sobrellevarlos con serenidad. No estáis solos, os tenemos verdaderamente presentes en nuestras oraciones para que juntos salgamos adelante.
Que María, Nuestra Madre y Señora del Rosario interceda por D. Fernando y le abra las puertas del Paraíso. Que ojalá nosotros, sus seminaristas, podamos encontrarnos con él en el Cielo, en esa reunión de las seis menos cuarto.
Descansa en paz, Fernando